
Los buenos días
Las pálidas resacas
Tu almohada despierta
Al dentífrico que adecenta mi pérfido beso materno
Como Atila trastorné el recuerdo
Lo soslayé como al NN de la noticia
Con un sentido pésame
-de bienvenida-
Le cedí tranco al mañana…
He transitado la mitad de la vida que me toca. Y sin embargo, cada minuto venidero me acerca al sueño eterno.
Te interpreté. Nocturna.
En su divertida piel almendra, yo –YO- extravié el deseo.
Me enredó en la selva negra que le caía sobre el claroscuro de su cruz.
Ostentaba esos ojazos danzarines que heredó sin proponérselo el último verano de marras. Fue un desembalse de títulos proletarios.
Recuerdo: las ventanas no paraban de hablar de usted.
Las aguas claras de tus labios hilvanaban cada palabra tuya. Eras un babel de tempestades y quietudes transcritas en los evangelios envueltos por los abrazos que nos huyeron y hoy nos devuelven.
Querida añeja amiga.
Esos tiempos odiaban los claros de las mañanas.
Insólito: así era cada tostada noche. Irreal como los condenados gestos de amor que enclaustramos para no lastimar los pasos del porvenir. Para no sentirnos tan indeciblemente vacuos del mundo y sus extravagancias.
Luego de tantas inasistencias a los lugares que el destino nos pactó, y entre tanto extraño, nos conocimos otra vez.
Siempre era así. Tú echabas a andar las primeras palabras con ese gesto silvestremente urbano que te habían cosido a la piel. Yo, no reconocía tu sencillo rostro que era como un silbido de viento.
Es verdad. Trillamos la suerte, paso con paso, intranquilos.
Observa. Cómo vengo a hallarte. Vestida de mujer deshojando los guiños del otro lado del sol. Domando la oscuridad con esa exótica presencia de un Van Gogh. Con el corazón desenredado de selvas y solos de piano. Llegamos al “hola” y terminamos en el “hasta luego”. Extraños perfectos, amigos entrañables.
Dato posterior: Los ángeles no caen del cielo. No. Los ángeles merodean disfrazados de nosotros mismos. Como los demonios…
Volver. Volver es remar. Decirle al río que la corriente no es del todo suya. Volver: es ser el cielo de antes en el ahora.
Volver es tantear el recuerdo para no reescribir sobre él. Volver es dibujar con distinta mirada el lugar que dejamos.
Volver siempre es un misterio. Una caja de Pandora atascada en el corazón. Volver eres tú misma intentando leer tu historia con el catalejo del futuro.
Volver es develar el miedo que nos abofetea el destino. Volver es una catarsis para el sueño. Dejar que lo obviado sea sólo una imaginación para asirla con los brazos ansiosos que nos cuelgan de la mirada.
Volver, en definitiva, es el más caro deseo de quienes te queremos más allá del fervor.