miércoles, noviembre 14, 2007

Decurso

Texto y fotografía: Ademir Espíritu

Te interpreté. Nocturna.

En su divertida piel almendra, yo –YO- extravié el deseo.

Me enredó en la selva negra que le caía sobre el claroscuro de su cruz.

Ostentaba esos ojazos danzarines que heredó sin proponérselo el último verano de marras. Fue un desembalse de títulos proletarios.

Recuerdo: las ventanas no paraban de hablar de usted.

Las aguas claras de tus labios hilvanaban cada palabra tuya. Eras un babel de tempestades y quietudes transcritas en los evangelios envueltos por los abrazos que nos huyeron y hoy nos devuelven.

Querida añeja amiga.

Esos tiempos odiaban los claros de las mañanas.

Insólito: así era cada tostada noche. Irreal como los condenados gestos de amor que enclaustramos para no lastimar los pasos del porvenir. Para no sentirnos tan indeciblemente vacuos del mundo y sus extravagancias.

Luego de tantas inasistencias a los lugares que el destino nos pactó, y entre tanto extraño, nos conocimos otra vez.

Siempre era así. Tú echabas a andar las primeras palabras con ese gesto silvestremente urbano que te habían cosido a la piel. Yo, no reconocía tu sencillo rostro que era como un silbido de viento.

Es verdad. Trillamos la suerte, paso con paso, intranquilos.

Observa. Cómo vengo a hallarte. Vestida de mujer deshojando los guiños del otro lado del sol. Domando la oscuridad con esa exótica presencia de un Van Gogh. Con el corazón desenredado de selvas y solos de piano. Llegamos al “hola” y terminamos en el “hasta luego”. Extraños perfectos, amigos entrañables.

Dato posterior: Los ángeles no caen del cielo. No. Los ángeles merodean disfrazados de nosotros mismos. Como los demonios…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo poeta. Conmovida, y eso en mi, es dificil. Sigue así. Hasta Pronto.Besos